Finlandia, país lejano repleto de gente maravillosa, entre ellos Aki Kaurismaki y sus fantásticas películas.
Recuerdo cuando la dos se llamaba la segunda cadena y yo aun no tenía canas en la barba.
En aquellos lejanos días, de madrugada, echaban películas de este señor nórdico y allí fue donde me enganché para siempre a la cadencia de sus planos, a la fotografía de Timo Salminen, al rostro de Kati Outinen, a la simetría de la puesta en escena, al rock and roll con cristales empañados y tipos fumando, al humor destilado con humor empapado en café, soledad y aguardiente.
Kaurismaki rueda de manera que todo parece sencillo y fácil. Su cine parece pequeño, sus películas también, pero su filmografía es gigante y vale su peso en oro.
Le Havre me deja con una sonrisa en la boca. Cuento portuario de buenas y gamberras intenciones.
En esta historia Kaurismaki se muestra solidario y comprometido sin ser Ken Loach.
Es único en su estilo tan inconfundible como auténtico y aquí se sale de nuevo con la suya llevándose la historia por peteneras (no sé que significa peteneras). Me gusta.
Véanla y déjense arrastrar por la humedad de ese puerto galo que mira al norte de los personajes, por un Jean Pierre Leaud envejecido, por unas localizaciones pizpiretas y por muchas más cosas ricas del amor hermoso.
Si no conoces el cine de este señor, tu vida está algo cojica.
Viva Finlandia. Fin.
Deja un comentario